El budismo no es sólo una religión, sino un océano de conocimiento ancestral. El mahayana es una de sus manifestaciones más y se basa no sólo en la sabiduría y en los procesos mentales introspectivos sino en la compasión. La compasión es entendida como el método para desarrollar un desapego de la identidad personal. Además, generar el mérito necesario para alcanzar la sabiduría que libera del sufrimiento. Desde esta filosofía oriental, la compasión se extiende como una energía que existe en el universo. Esta energía acciona en el individuo como una resonancia con esa energía. Por esta razón fundamental, carece de un sí mismo.
La compasión es la actividad natural de la sabiduría. Compasión y sabiduría son las dos alas del ave que vuela hacia la realidad infinita. Sin duda, podemos decir que el budismo es también una religión de la compasión.
La compasión, según Simone Weil
Para ilustrar este esquema filosófico, se puede recurrir a la escritora Simone Weil, quien desarrolló una teoría de la compasión ligada a la atención, una práctica contemplativa indivisible de una actitud ética. Esta es una cita de su libro A la espera de Dios.
La capacidad de prestar atención a un desdichado es una cosa muy rara, muy difícil; es casi –o sin casi– un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad en realidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad no son suficientes…
La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: «¿Cuál es tu tormento?». Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta «desdichados», sino como ser humano, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle la mirada.
[…] Esa mirada es, ante todo, atenta, una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que se está mirando tal cual es, en toda su verdad. Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención.
El cristianismo, al margen de su mala imagen, es por excelencia la religión de la compasión. Se pueden decir muchas cosas de la Iglesia y de las diferentes sectas cristianas, pero no se puede negar que el cristianismo se basa en la máxima de «ama al prójimo como te amas a ti mismo». Numerosos autores coinciden en que esta es la enseñanza más importante del cristianismo. Es también la más difícil, pero en su sencillez abarca la totalidad del camino cristiano.
Se puede hablar de un proceso espiritual y poderoso, basado en la atención que se dirige al otro, vacía de uno mismo. A través de este propósito, se sostiene el sufrimiento, sin imaginar y sin interpretar, aceptándolo como algo natural. Cuando esto ocurre, la persona de alguna manera se une a Dios, está siendo como Cristo en la cruz. Hay una «descreación» del yo y a la par una recreación de la divinidad original que es la totalidad real del universo.
En ese sentido, la compasión no tiene que ver con la lástima. Más bien es aceptar que al otro le tocó un destino distinto al nuestro y que puede encontrar las herramientas para hacerlo. A nadie le toca nada que no pueda sobrellevar. La compasión se traduce en actuar de una forma para que la otra persona no sufra, perdonando, aceptando o ayudando desde el lugar más empático y puro posible. Cuando comprendemos que todos formamos parte de un todo, la compasión es el lenguaje universal y el que nos une con más facilidad.
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