¿Qué convierte a alguien en conspiranoico y lo lleva a defender la veracidad de retorcidas teorías sin pruebas? Este sesgo cognitivo se desarrolla con los años y conduce a quien lo posee a ver la vida a través de un cristal distorsionado que le hace pensar que siempre hay una mano escondida tras lo que sucede.
Todo suele empezar con la creencia en una teoría de la conspiración cualquiera, como que los Illuminati, una sociedad secreta del siglo XVIII, fueron el cerebro en la sombra de la Revolución Francesa, para terminar con una versión distinta de la historia.
El conspiranoico es compulsivo y autodidacta, y memoriza los detalles más nimios de la teoría a la que se entrega. No cambia de opinión respecto a sus creencias más firmes y siempre encuentra pruebas de que su hipótesis tiene visos de realidad. En casos muy extremos, su obsesión le hace dejar de lado familia y trabajo.
Tiranos paranoicos
A veces, los teóricos de la conspiración se hacen con el poder, lo que desencadena procesos muy destructivos. El historiador estadounidense Daniel Pipes cita a Lenin y Hitler para ejemplificar a una persona conspiranoica. Stalin, tenía pánico a los médicos, pues pensaba que intentarían matarlo. Lo mismo le sucedía a Mao Zedong, el sangriento líder chino que en su vejez se negó a recibir tratamiento contra sus achaques debido a que sospechaba que sus enemigos usarían ese método para asesinarlo.
Este fenómeno psicológico y social ha sido objeto de pocos estudios. Destaca uno hecho hace dos años por investigadores italianos: siguieron páginas de Facebook dedicadas a este tipo de hipótesis y colgaron en ellas más de 4.700 falsas noticias, unas con tintes científicos y otras claramente conspiranoicas. Algunas hasta parodiando las teorías más locas. Su intención era ver cómo reaccionaban los seguidores ante rumores sin fundamento. Conclusión: el 91 % de los defensores de las conjuraciones ocultas no distinguían una broma absurda de una postura excéntrica pero argumentada. Este trabajo confirma el resultado de otras investigaciones que demuestran que un conspiranoico carece de habilidad para el pensamiento crítico. Trata de evitar cualquier contacto fuera de su círculo de interés y es incapaz de advertir una burla contra él.
Las Fake News: caldo de cultivo de conspiraciones
La complejidad del mundo actual, su acelerado ritmo y la sobreinformación que dificulta interpretarlo es el alimento de los creyentes en las maquinaciones a gran escala. Para el conspiranoico, la política global es manejada por misteriosas organizaciones que, paradójicamente, muchos conocen.
Por ejemplo, Skull & Bones, una sociedad secreta fundada en 1832 en la Universidad de Yale; o el famoso grupo Bilderberg, que reúne anualmente desde 1954 a entre cien y doscientas de las personas más poderosas e influyentes (multimillonarios, políticos, grandes empresarios…), que formarían un gobierno oculto para manipular el mundo en beneficio propio.
No olvidemos a la omnipresente Orden de los Iluminados, que llevarían 250 años dirigiendo Occidente. Y la teoría más pintoresca: la de los reptilianos, una especie extraterrestre infiltrada en la cúpula de las principales organizaciones políticas y económicas. Así lo cree uno de cada veinticinco estadounidenses. Una tal Cisco Wheeler, que dice ser “excontroladora mental de los Illuminati”, afirma que Juan Carlos I es un reptiliano, así que Felipe VI también lo sería.
Las teorías de la conspiración han encontrado un aliado poderosísimo para su difusión: internet, un interminable depósito de información que se acumula y difunde a toda velocidad por todas partes sin que nadie compruebe su veracidad.
Estudio esclarecedor
Esta negación de la realidad para crear una paralela ajustada a los prejuicios resulta difícil de desactivar, como demostraron en 2006 Brendan Nyhan, investigador de la Universidad de Míchigan, y Jason Reifler, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Georgia. Estos investigadores identificaron un fenómeno al que llamaron efecto del tiro por la culata: en cuatro experimentos con personas de diferentes ideologías, descubrieron que la corrección de informaciones falsas o imprecisas favorables a las creencias de esos individuos no solo no cambiaba su postura, sino que incluso la reforzaba.
Parece que la identificación emocional con una forma determinada de pensar desvirtúa la realidad: en 2014, un estudio acerca del movimiento antivacunación en el Reino Unido desveló que una persona a la que se le proporciona información a favor de esa corriente muestra una mayor reticencia a inmunizar a sus hijos que si recibe datos científicamente contrastados a favor de las vacunas.
Pero ¿por qué triunfan?
Está claro que las conspiranoias venden, pero ¿por qué? Según Michael Barkun, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Siracusa, en EE. UU., su atractivo se basa en tres puntos: explican lo que un análisis convencional no revela; dan sentido a un mundo confuso, dividiéndolo en fuerzas de la luz y de la oscuridad; y se presentan como un conocimiento secreto, ignorado o no apreciado del todo por los demás.
El reverso del conspiranoico es el escéptico militante, que emplea tiempo y trabajo en desmontar fantasías. ¿Qué los diferencia? Un estudio publicado por Michael Wood y Karen Douglas, psicólogos de la Universidad de Kent, en el Reino Unido podría explicarlo. Los anticonspiracionistas argumentan a favor de su interpretación de un hecho. Por su parte, los conspiracionistas se centran en criticar la explicación de sus detractores, lo que apunta a una diferencia en la mentalidad de unos y otros.
Estos investigadores recalcan la importancia del sistema de valores personal a la hora de aceptar o rechazar la existencia de conjuras ocultas. Y explican que los conspiranoicos prefieren contradecir las versiones oficiales a defender las suyas, lo que indica que, para ellos, los detalles de sus hipótesis resultan menos importantes que encontrar errores o incongruencias en las explicaciones convencionales.
Como dice el historiador estadounidense Daniel Pipes, “el conspiranoico suele emplear hechos ciertos, pero se equivoca totalmente al establecer las conexiones causales”. Para triunfar, estas teorías deben cumplir con dos requisitos: contener algo de verdad y ser lo suficientemente razonables. Por supuesto, presentarlas convenientemente les gana adeptos. Es lo que otro historiador, Richard Hofstadter, llamó erudición paranoide: utilizar el estilo y la estructura de la investigación seria. Hasta el título de los libros y artículos con esa intención suele tener un sabor universitario.
La explicación
A veces, ni siquiera a los especialistas les resulta fácil discernir entre la verdadera erudición y la falsa. Y más difícil puede ser distinguir entre una historia real y otra inventada. Diferenciar una conspiración de carne y hueso de otra ficticia es un proceso en gran parte subjetivo, pero disponemos de recursos para que no nos den gato por liebre.
El primero es un principio filosófico muy conocido, la llamada navaja de Ockham, que nos dice que la explicación más simple, la que requiere de menos hipótesis auxiliares, es la que tiene más probabilidades de ser cierta. Normalmente, las fabulosas narraciones de maquinaciones ocultas son muy complicadas y precisan de una cadena de engaños tan compleja, una inteligencia maliciosa tan formidable y un pacto de silencio entre los conspiradores tan profundo que de por sí resultan increíbles. Cuanto más complejo sea el complot, más probable es que sea inventado.
Después del sentido común, lo que debemos tener es un conocimiento suficiente de la historia. Esta siempre nos enseña dos cosas: las casualidades existen (algo que niega todo conspiranoico que se precie) y la mayoría de las verdaderas tramas secretas han acabado fracasando. Ya decía Maquiavelo que confabularse conlleva muchas dificultades y riesgos, a lo que el filósofo de la ciencia Karl Popper añadía esto: “Las conspiraciones rara vez triunfan, y si lo hacen, el resultado es distinto al buscado”.