El Extranjero de Albert Camus: sobre la vulgaridad de la existencia

Lo irresistible de El Extranjero de Albert Camus es su fascinante actualidad. Retrata un mundo que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial y permanece hasta nuestros días. Podemos habitar las páginas de ese lugar como si no hubieran pasado 70 años. La novela, corta y sencilla, narra una porción de la vida de Mersault, un hombre indiferente a la realidad por resultarle indiferente. Un extranjero en ¿la vida?

El hombre que expone Camus es el hombre de nuestro tiempo, que carece de momentos de placer y de vínculos con la naturaleza. Que transita una existencia rutinaria, abocado a una muerte que convierte en absurda la propia vida. Si da lo mismo morir 20 años antes o después, ¿qué significado tiene realmente la existencia? Quizás, la respuesta lo que alguna vez dijo Camus: el objetivo es la búsqueda de la verdad.

La concepción nihilista de la vida que presenta la novela escrita en 1942 se convirtió en una de las mayores obras sobre el existencialismo. Es un retrato de una época de cambios, de inmigrantes que dejaban sus países de origen y así la certeza de su origen, de donde se asientan y se radican. Eso dio origen a esta corriente filosófica, que sostiene la existencia precede a la esencia. El libro “Humano, demasiado humano” de Nietzshe puede ser un exponente de los comienzos de este pensamiento.

Los acontecimientos

La novela comienza con una vulgaridad abrumadora: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. El protagonista describe ese momento sin el menor asumo de sentimentalidad, como un hecho irrevocable al que hay que enfrentarse. Todo el mundo muere, mueren nuestros padres, hijos y moriremos nosotros.

Lo que ocurre luego seguirá las vivencias de un hombre normal y corriente: va a visitar el asilo donde vivía su madre desde hacía un tiempo. Desde que comprendió que nada podía ofrecerle a ella en su casa, con la esperanza de que su madre se encontrara mejor entre personas de su edad.

Hacía meses que apenas la visitaba y ni siquiera recuerda la edad de su madre, ni con quién se relacionaba en el asilo. En verdad, apenas sabe algo sobre su madre en los últimos tiempos, pero la vida es así: hasta los seres queridos pueden sufrir nuestra indiferencia. Hasta que la entierran, Meursault fuma, toma un café con leche con el portero del asilo, conversa con el director, se siente cansado, no llora.

Al día siguiente al entierro se encuentra con una antigua compañera de trabajo: van a ver juntos una película de Fernandel, acrece en ellos el antiguo amor que los unió en su momento; finalmente, pasan la noche juntos. Ella le pregunta días más tarde si la ama y Meursault le dice que no.

La vida pone a Mersault en un aprieto. Su amigo Raymond le pide un favor luego de que su novia se fuera tras recibir una paliza de su parte. Mersault escribe una carta para que su amigo recupere el amor de su pareja. Como recompensa Raymond invita a Mersault a la playa, pero son atacados por el hermano de la mujer. El protagonista se encuentra con una pistola en la mano. Que la utiliza contra el atacante cuando éste lo va a agredir con un cuchillo. No dispara una sola vez, sino que unos segundos después del primer disparo, vuelve a hacer cuatro veces más

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La conclusión y su condición de extranjero

Ante el Tribunal, Meursault se encuentra indefenso. La Justicia sigue un curso bien distinto a la realidad humana: se rige por la lógica, pero la existencia humana no es lógica. Le reprocharán su actitud ante la muerte de su madre; las vivencias junto a su amante, sólo un día después del entierro; la insensibilidad que demuestra a cada momento frente al juez de instrucción, que solo persigue que Meursault se arrepienta de sus pecados. Pero él no siente ningún arrepentimiento, aunque se siente culpable desde el principio: ha matado a un hombre, sí, y solo quiere que lo juzguen por esto, pero parece que el juicio no fuera por asesinato, sino por ser Meursault como es.

Esta segunda parte de la novela revela todo el dramatismo de la existencia humana frente a la lógica de las leyes, el individuo frente al sistema. Poco a poco, paso a paso, la lógica se muestra demoledora frente a los sentimientos personales. El hombre como individuo no tiene escapatoria cuando se enfrenta al hombre como organización.

Meursault no miente: esa es la cuestión principal que aborda la novela. Que haya matado en defensa propia carece de la más mínima importancia. Lo fundamental son los hechos, las evidencias, y él nunca las niega. Es una víctima de la verdad, pero a la vez, es un hombre feliz precisamente por esto. Es un extranjero de la sociedad, pero nativo de su vida, de sus sentimientos y su propia lógica. Existen unas reglas fijas y colectivas que no pueden ser soslayadas, ni siquiera por la verdad. Meursault no quiere entrar en el juego, se niega a mentir. Lo que nos lleva a pensar que todos somos extranjeros de un entorno prediseñado que nos aliena.

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