El distanciamiento físico que se manifestó con el período de aislamiento por la cuarentena, evidenció varios problemas y conflictos que podría tener consecuencias psicosociales en la población. Si la necesidad de relacionarnos con los demás es una necesidad básica y fundamental a nivel social, ¿qué tipo de efectos tiene en nuestro cerebro no relacionarnos como solíamos hacerlo? ¿Tendrá efectos significativos, así como lo tienen no dormir o no comer adecuadamente? ¿Cuáles serán las consecuencias psicológicas del aislamiento?
Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio. Cuando las enfermedades atacan, dicen los expertos, proyectan una pandemia de lesiones psicológicas y sociales. Los problemas de salud mental emergentes pueden convertirse en problemas de salud duraderos, aislamiento y estigma.
Según una investigación del Centro Nacional para la Información Biotecnológica de los Estados Unidos, el impacto a largo plazo en la salud mental de COVID-19 puede tardar semanas o meses en ser aparente. Manejar este impacto requiere un esfuerzo concertado no solo de los especialistas de la salud mental, sino del sistema de atención médica en general.
El aislamiento forzado tiene consecuencias psicológicas similares al hambre
La candidata posdoctoral Livia Tomova se inspiró en un experimento realizado con ratones. El objetivo era tratar de entender el comportamiento neuronal de humanos en aislamiento. Para esto, el equipo de Tomova les pidió a 40 adultos que pasaran diez horas al día (9 a 19) en total aislamiento. No podían tener ningún tipo de interacción social, ni mensajes de texto o llamadas. Para comparar las consecuencias, se les pidió que otro día pasaran 10 horas en ayuno.
Después de diez horas aislados, los participantes mostraban el deseo de interacción social. Además, tenían sentimientos de soledad, incomodidad y disminución de sentimientos de felicidad, con respecto a las mediciones iniciales. Resultados similares se registraron después de las horas de ayuno.
Los investigadores también encontraron una actividad similar en el cerebro en respuesta a las señales de comida después de ayunar y a las señales sociales después del aislamiento. La respuesta fue variable entre cada uno de los cuarenta participantes. Los que expresaron una mayor ansia social después de su periodo de aislamiento mostraron una respuesta mayor en el cerebro después de los estímulos sociales (las imágenes de sus actividades favoritas). Esto fue importante para medir las consecuencias psicológicas del aislamiento.
Los aportes de este estudio tienen implicaciones para comprender cómo funciona el cerebro de los humanos cuando pasan determinado tiempo en aislamiento. De acuerdo con la hipótesis, dado que la interacción social es una necesidad fundamental, los animales desarrollaron el sistema neural para regular la homeostasis social, que es la propiedad de los organismos vivos de ser capaces de mantener una condición estable con respecto a los cambios en su entorno.
Las emociones negativas que se intensificaron con el aislamiento
Pensando esta problemática, desde la salud mental, la cuestión clave para abordar es la estrategia de contención y mitigación del malestar psicológico. Para eso hay dos preguntas centrales: ¿Cuánto tiempo más en estas condiciones de aislamiento social son tolerables a nivel psicológico? y ¿Qué riesgo se asume de que la sintomatología de malestar que se generó se convierta en crónica y sea difícil de revertir a futuro?
La Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a través del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), presentó un informe de una encuesta denominada “Crisis Coronavirus”. Este documento refiere a los 70 días de cuarentena en Argentina y cómo el confinamiento afectó a los ciudadanos de ese país en materia de salud mental, económica y de consideración de gestión política.
Los datos recogidos en la investigación develaron que las cuatro emociones negativas de mayor intensidad fueron: incertidumbre, preocupación, ansiedad y angustia. Se mantuvo la asociación con clase social, es decir la intensidad para las emociones negativas era más alta a medida que se descendía en los estratos sociales. Los niveles de ansiedad, depresión y pérdida del sentido de la vida fueron más altos entre los más jóvenes. El caso más diferenciado, para las variables, se presenta en el segmento de 18 a 29 años.
La percepción de bienestar general también arrojó resultados preocupantes: el 60% de la gente señala “estar algo peor” (43%) o “mucho peor” (17%) que antes de la crisis. El 30% manifiesta que su vida cambió negativamente y ve con desesperanza su futuro. Después de tanto tiempo de aislamiento los indicadores de salud mental relevados permanecieron con valores negativos altos. Esto constituye una señal de alerta para el sistema de salud mental.
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