El filósofo danés Søren Kierkegaard conjugó como pocas veces en la historia un enorme talento literario, encanto y creatividad, con profundidad psicológica y penetración filosófica. Kierkegaard, como Nietzsche, murió joven, pero fue increíblemente prolífico y uno de sus ensayos más fascinantes es el que le dedica a la adversidad. Dejó una obra vasta y puede leerse de diversas maneras: como polemista, como humorista, como crítico, como teólogo, como narrador y otras facetas más, pero siempre predomina en su obra una capacidad de iluminar elementos de la realidad y del pensamiento, no tanto a través de un relámpago sino de una especie de intrincada orfebrería, de una paciente recurrencia que tiene como modelo la contemplación.
En un pasaje de sus Discursos cristianos, Kierkegaard nos ofrece una muestra de su sabiduría. Kierkegaard empieza una sección del texto diciendo: «La adversidad [Modgang] es prosperidad [Medgang]». A esta sencilla frase, que en danés es también un juego de palabras y que, además, podemos calificar como un oxímoron; en suma, un elegante y elevado juego de palabras, Kierkegaard le dedica una reflexión de varias páginas. El filósofo señala rápidamente que dicha afirmación no es una broma o una mera provocación. Es una sentencia verdadera, pues realmente el mundo está al revés.
Kierkegaard define la prosperidad como «aquello que me ayuda a llegar a una meta; lo que me lleva a una meta; y la adversidad es lo que impide llegar a mi meta». Y agrega: «sólo aquel que tiene la concepción verdadera de lo que es la meta para los seres humanos, conoce también lo que son la adversidad y la prosperidad».
Kierkegaard observa un error fundamental en la manera en las que las personas conciben el sentido de la existencia humana. «La meta de unos es la temporalidad; la de los otros, la eternidad». Esta es la distinción fundamental. Para las personas que buscan lo temporal, la prosperidad es radicalmente opuesta a los que buscan la eternidad. Es por ello que la prosperidad se vuelve para unos adversidad y para otros la adversidad se revela como prosperidad.
El mundo está al revés, el ser humano está confundido y persigue un objetivo falso. «La temporalidad presupone que todos saben muy bien lo que la meta es, de tal forma que la única diferencia entre las personas yace en si son capaces de lograr alcanzarla o no». Vemos aquí claramente una crítica a la sociedad, al mundo convencional en el que las personas persiguen placeres y logros mundanos como el éxito y el poder.
¿Qué puede impedir a una persona llegar a la meta? Seguramente es lo temporal, ¿y de qué forma? Cuando lo que ordinariamente se llama prosperidad lleva a una persona a alcanzar la meta de la temporalidad… [es así] que está más lejos de alcanzar la meta.
A diferencia de la temporalidad, la eternidad es ir a contracorriente, esto es, ir en contra de lo que se entiende comúnmente como prosperidad, pues, en ese caso, las personas no saben cuál es la meta y deben hacer un giro.
La meta auténtica, según Kierkegaard, es la eternidad, es decir, una divina vida infinita, el «reino del cielo». Lo esencial es que no se busque algo antes. Por paradójico que pueda parecer, la no-búsqueda de la eternidad es lo único que una persona debería procurar. El filósofo nos dice que es necesario «renunciar voluntariamente a la meta de la temporalidad». Simone Weil, una filósofa que tiene importantes paralelos con Kierkegaard, diría algo parecido: lo que el ser humano debe hacer es renunciar voluntariamente a este mundo, a su propia importancia personal, a lo que Kierkegaard llama la temporalidad, y ese «no» es, a la par, el «sí» a la divinidad.
A fin de cuentas, lo que parece ser una maldición, algo que nos hace incapaces de «triunfar» en el mundo, se revela como una bendición, como una inclinación hacia un modo de existencia más profundo. «Lo que se llama adversidad impide que el sujeto que sufre alcance las metas de la temporalidad; la adversidad lo hace difícil para él, tal vez imposible». En última instancia, quien vive adversidades tiene mayor fortuna, pues el que prospera también tendrá que renunciar para encontrar el verdadero objetivo de la existencia. Y es más fácil renunciar cuando no se tiene mucho. Kierkegaard es en este aspecto muy pragmático.
El filósofo hace también un llamado a regocijarse en la adversidad. Dice que hay un tipo de dicha en la cual la adversidad es prosperidad:
Por ende, que tú también tengas fe en que la adversidad es prosperidad. Entenderlo es fácil, creerlo es difícil… Hasta que no lo crees, la adversidad permanece adversidad. No te ayuda que es eternamente cierto que la adversidad es prosperidad; mientras no lo crees, no es verdad para ti.
Vemos aquí cómo el filósofo danés reconfigura y resignifica la experiencia, haciendo gala tanto de habilidad literaria como de sabiduría religiosa. Y su tesis es válida lo mismo para la vida religiosa que para la vida secular. Pues, como dijo también Nietzsche, ¿Acaso no nos hace más fuertes la adversidad, no dependemos también de nuestros «enemigos» para crecer? ¿Acaso no es cierto que las enfermedades, las pérdidas, los obstáculos nos obligan a separarnos del grueso de la sociedad y de los sueños colectivos y nos hacen poner atención a aquellas cosas que son esenciales? Es cierto que la adversidad es prosperidad, pero no sirve sólo conceptualizarlo, es necesario que uno viva la adversidad como prosperidad, y que en ello haya alegría. Es esa alegría en la adversidad la que nos permite experimentar la eternidad ya en el tiempo mismo.