Vivimos en un contexto de creciente complejidad; la actual crisis mundial no es sino un elemento más entre tantos que hace tiempo tienen en jaque a la sociedad moderna. Las relaciones familiares y afectivas se ven debilitadas; una sutil, tanto más imperceptible cuanto más divulgada esclavitud tecnológica, que lentamente nos aliena de nuestra relación con los demás, y con la naturaleza.
En una sociedad de ruido constante, aprender a callar es la clave para encontrar el silencio interior, un silencio que se convierta en una semilla de paz.
La paradójica desmotivación que sienten muchas personas, así como los alarmantes índices de depresión –incluidos niños y adolescentes-; el miedo al fracaso, en medio de un ambiente de fuerte individualismo –una sociedad de aislados-: ¿no son acaso voces de alarma, que como mínimo debieran llamarnos la atención y reclamar de nuestra parte una reflexión al respecto?
Callar en medio del ruido
La restauración de la palabra es el conjuro perfecto ante todos los desvaríos de una sociedad en crisis; de la palabra iluminadora, la palabra que recupera el sentido de las cosas y de la vida. Pero, ¿cómo recuperar el valor de la palabra que cura y sana? La clave está en la reconquista de aquel silente y misterioso reino donde la palabra es hallada, y desde el cual la palabra es ofrecida a los demás.
Redescubrir la palabra como simiente: no podremos lograrlo sino en la contemplación en el silencio, tan ajeno a la sociedad moderna. Callar es el modo de aprender, así como en las tradiciones religiosas, callar es asimismo el modo de orar: “el silencio, principio y fin de toda música” (Leopoldo Marechal). Aprender a callar en medio del ruido, y convertir a nuestro silencio en una semilla, en una semilla inicial de paz.
El silencio nos prepara a una buena relación con los demás y la naturaleza, es acercamiento a la trascendencia; la sabiduría reside en un sabor que se recibe, no en uno que se da o se produce. Lanzarse al silencio, independientemente del modo, el tiempo, el lugar, es ya un acto de verdadera contemplación, y sin dudas, de enorme coraje en medio del ruido que nos circunda. En el silencio resuena la primera melodía, y redescubrimos en ella nuestro verdadero sentido.
El silencio como simiente de paz
La tierra sola, la tierra sin auxilio, es el yermo, es el desierto infértil, infecundo. ¿Qué fruto dará la tierra si no recibe la simiente? La tierra sola, la tierra amplia, no es generosa sino por el concurso del Sembrador y su semilla; del Sol y su luz; del Agua y su humedad. La semilla cae a tierra y muere. Y en su muerte reside su plenitud, su acabamiento, su despunte.
La semilla que buscamos en el silencio, da su fruto en la palabra que recupera para nosotros el sentido. Cuando aprendemos a callar el ruido, comenzamos a usar el silencio como semilla de paz.
Pero, de todo lo anterior se deduce algo fácilmente. Nadie da lo que no tiene. ¿Qué obras de luz, de bien, de paz, de gracia podrá dar la yerma tierra? ¿Qué fruto producir? ¿Qué vida comunicar? No la acción de fulgurantes oropeles, sino la contemplación silente, abscóndita, interior; recuperar la palabra que nos devuelva el sentido, también es una forma de recuperar “el valor de la palabra” en su significación social y cotidiana: “es una persona de palabra” decimos; una persona de bien.
Si muchos males aquejan a nuestra sociedad, y llevamos razón en dolernos por ellos, entonces es tiempo de pensar cuáles serán los bienes que podrán sanarla… y sanarnos. Comenzar a callar el ruido, y usar el silencio como simiente de paz.
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