Diciembre. Las fiestas. Esa época del año que algunos aman y otros odian. Para algunos es el fin del año, en lo formal y laboral, lo que inicia el comienzo de un merecido descanso. Para otros, más celebrativos y respetuosos de las tradiciones, es un momento de unión, de celebración y festejo. Todo según el calendario gregoriano, una forma de ordenamiento social de consenso que aceptamos y que nos organiza nuestra vida. Al parecer, también nuestras emociones. Me vestiré de Grinch para analizar una frase muy utilizada en esta época del año: «pasar las fiestas».
Las fiestas de fin de año traen consigo una alta carga emocional. Es un condimento de familia, tradiciones, festejos, recuerdos de la infancia, balances anuales y, por supuesto, pérdidas de familiares para algunos. En un año tan extraño como este, en el que la muerte siempre estuvo cerca, quizás más que antes, muchas familias no tendrán motivos para brindar. En realidad, junto con el sorbo de las copas habrá un mal sabor, la tristeza de la pérdida y la falta.
Estas consideraciones forman un cóctel explosivo, que puede terminar en peleas familiares por las razones más absurdas, hasta discusiones sobre ideas, posturas políticas o conflictos económicos o familiares. Si a eso le sumamos la ingesta exagerada de comida y bebidas, es demasiado. Y las fiestas también son un espejo de nuestra sociedad y nuestros tiempos. Demasiado por un lado, muy poco por otro lado. Algunos que pasarán las fiestas con familias numerosas y otros solos.
En castellano, la frase «pasar las fiestas» no es adrede, como nada en nuestro lenguaje. La idea de pasar las fiestas es muy distinta a festejar las fiestas. Porque la pregunta siempre es «¿Dónde vas a pasar las fiestas?, no «¿Dónde vas a festejar las fiestas?». Tal vez sea porque no hay nada que festejar. Al margen de las desdichas que trajo este año, en general, no hay nada que festejar. Porque cuando se brinda, en general, no se brinda por el nacimiento de Jesús. Ante una consulta popular, es muy probable que los encuestados respondan que el motivo de festejo de la navidad es reunirse en familia.
Que no existan motivos para festejar le quita validez de fiesta. ¿Está mal pasarlo sólo? Por supuesto que no. De hecho, mucha gente enfrenta la vida con la compañía de ellos mismos solamente. La idea de forzar a una reunión familiar en la que los integrantes se odien, tengan diferencias demasiado irreconciliables o simplemente no serían la compañía que elegirían para una velada es mucho peor que la idea de pasarlo sólo. Porque las fiestas de fin de año se pasan, como se pueda, de la mejor forma posible, no se festejan.
Demasiado tenemos con las exigencias del día a día, de las metas que nos proponemos, de los estándares que la sociedad considera, de las tareas domésticas. Utilicemos estas reuniones para compartir con las personas que nos gusta compartir, para relajarnos de un año cargado. Que el fin de año nos regale momentos de descanso mental y corporal, momentos de reflexión y momentos amenos de risas y charlas.
Pasar las fiestas lo mejor posible se trata de eso. Rechazar las exigencias y los estándares de perfección. Ninguna cena saldrá perfecta, ninguna comida será perfecta para todos los integrantes de la mesa. No tendremos nunca la aprobación absoluta. Pasemos las fiestas lo mejor posible. Solos, con nuestra pareja, en familia, con amigos, durmiendo, viendo una película, compartiendo una copa o simplemente como un día más. No hay nada que festejar.