Edad del Hierro

Edad de Hierro: la decadencia y la destrucción de la sociedad

Vivimos actualmente en la Edad de Hierro que es la decadencia y la destrucción de la sociedad. Cuando los hombres pierden el favor de los dioses.

En la Edad de Hierro los hombres pierden el favor de los dioses y se produce la decadencia y la destrucción de la sociedad.

“No hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación
sino haber muerto antes o haber nacido después;
pues ahora existe una estirpe de hierro.
El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre;
el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo
y no se querrá al hermano como antes.
Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras,
y unos saquearán las ciudades de los otros.
Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado,
sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento.
La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor;
el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos.
La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante,
acompañará a todos los hombres miserables.
Es entonces cuando Aidos y Némesis, cubierto su cuerpo con blancos mantos,
irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo
para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres;
a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos
y ya no existirá remedio para el mal”.

La Edad de Hierro

¿Las noticias de hoy? ¿Una página del periódico de ayer? No. Una narración mítico-poética del poeta Hesíodo, hace casi tres mil años. En ella se describe la decadencia del género humano, que sucumbe bajo el peso de sus crecientes culpas, debidas a su separación del orden querido por los dioses, y la construcción de una sociedad inmanente y autónoma, es decir, cerrada sobre sí misma, y regida por sus propias leyes, sin atender a los dictámenes celestiales.

Se trata de la “edad de hierro”, la cuarta y última “edad del hombre” según el antiguo mito griego -coincidente con otras culturas, como la hindú-. El género humano, creado por los dioses para habitar las alturas celestiales y vivir en perfecta felicidad, rompe esa unidad primordial a través de una culpa primigenia, un pecado original. Desde entonces, todo es creciente autodestrucción, hasta la aniquilación final. Vivimos la Edad de Hierro: la decadencia y la destrucción de la sociedad.

Decadencia de la sociedad

Vivo y dramático relato de nuestra sociedad y los individuos que la componen. Pero, detengamos nuestra mirada en el pasaje que narra el retorno de Aidos y Némesis a las moradas del Olimpo, abandonando a su suerte la raza maldecida de los hombres. Y es que Aidos era la diosa de la vergüenza, la modestia, la humildad; mientras que Némesis era la deidad del equilibrio, la justa vindicta que restablece el orden allí donde el hombre siembra el caos.

Aidos y Némesis, cubiertas por la pureza de sus albas, abandonan a los hombres, vergonzantes e inmodestos, que preciados de sí y subvertidos, quedan estropeados a su suerte y desprovistos de la protección que les dispensaran los dioses. Aidos abandona a los hombres, fugitiva de su impudicia y desdoro; Némesis abandona asimismo los pueblos, sin vengar sus crímenes, ni restablecer sus desequilibrios. Así sucede en la Edad de Hierro, el comienzo de la decadencia de la sociedad.

Destrucción de la sociedad

Y así la raza humana pierde al fin y completamente el favor de los dioses, y el mundo habitado por ella sucumbe frente al caos desatado por las pasiones irrestrictas de sus moradores.

Para las culturas antiguas, los relatos míticos tenían una doble significación; eran a la par el recuerdo de un tiempo primordial, original, pero a la vez, eran premonición de un futuro inevitable, decretado ya por las deidades; tiempo advertido, profetizado por el canto de los poetas -que eran, por lo mismo, profetas-.

El relato de Hesíodo debe ser para nosotros, habitantes de esta sociedad “de hierro”, un llamado a la reflexión, a la restauración de los bienes perdidos, de los valores olvidados, de las costumbres fenecidas. Podemos obrar en nosotros, y en nuestra sociedad, la poderosa transmutación que funda el hierro y lo convierta en un oro cuyo esplendor irradie luz doquiera, y sea a la vez bálsamo para esta humanidad herida, agobiada y castigada. Sucumbiendo la Edad de Hierro, con la destrucción de la sociedad.

“Hazte de plata, y espejea el oro que se da en las alturas” (Leopoldo Marechal).

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