Filosofar

Primero filosofar, luego vivir

¿Primero filosofar, y luego vivir? ¿Primero vivir y luego filosofar? He aquí una vieja discusión de las antiguas escuelas filosóficas.

Este viejo dilema muestra hoy su permanente vigencia. ¿Debemos llevar una vida librada al acaso, azarosa y fortuita, sin dirección más que en la inmediatez? ¿O es por el contrario el secreto de una vida plena el desenvolvimiento de nuestras aptitudes y de nuestras acciones en función de nuestros ideales y proyectos?

Un conocido adagio enseña que “lo primero en la intención, es lo último en la ejecución”, es decir que nuestros actos se rigen en primera instancia por la idea y finalidad que los motiva, como un imán que desde lejos en el espacio y en el tiempo atrae nuestras acciones para acercarnos a él.

Primero es filosofar; primero es pensar y meditar cuáles son las razones y las aspiraciones de nuestra hora, de nuestra jornada, de nuestra vida: esos pensamientos, esas meditaciones, darán luego pie al desarrollo de esa misma vida.

Filosofar para vivir; vivir para filosofar

“Vivir felices, Galión, todos lo quieren, pero andan a ciegas tratando de averiguar qué es lo que hace feliz una vida”, enseñaba el filósofo Séneca. Y pareciera que Aristóteles, siglos antes, intentaba explicar a su colega cordobés, cuando decía que ni el dinero, ni la fama, ni el poder representan ni agotan el sentido de la felicidad, porque ¿acaso no son ellos mismos buscados, como medio e instrumento para ser felices?

Nuevamente se advierte la paradoja: si busco poseer bienes materiales, ¿no es acaso para ser feliz por su posesión? Si busco la fama, ¿no es acaso por la felicidad que ella me brinda? Si busco el poder sobre las cosas y los demás, ¿no será porque en ello advierto una felicidad que otros estados no me alcanzan?

Lo que busco entonces, y detrás de cada acto, es la felicidad. Y para definir mis actos, tanto como para impulsar mis búsquedas, me ha sido preciso primero entender qué deseaba alcanzar, para recién luego ejecutar las acciones necesarias en su procura.

Primero filosofar, luego vivir.

¿Filosofar sin vivir?

Sería un extremo y una confusión creer que por “vivir” se entiende el elemental respirar y alimentarse; no. Por “vivir” entendemos el obrar, el actuar, el dirigir nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras a un fin determinado, previamente reflexionado y elegido, en un acto vital que domina el resto de nuestras acciones.

Por ejemplo: ¿tenemos como finalidad en nuestra vida, y en nuestro día a día, sencillamente el “placer”? Si algo revela la realidad cotidiana, es que nada hay tan mudable y cambiante como el placer; viene y va, castigado por los vientos y las horas, y tan pronto llega sobre nosotros como se aleja sin advertencia. Una vida sujeta al placer, es una vida sujeta a la frustración.

¿Los bienes materiales serán acaso nuestro fin? Si una lección –¡y qué lección!– ha dejado al mundo el azote del Covid-19, es la de la fragilidad de las posesiones terrenales: allí donde se creía estar a salvo, en verdad se estaba enteramente a merced de los azares y la suerte. Hoy, el mundo entero sucumbe bajo una mala jugada. ¿Qué será de mañana?

Primero filosofar, luego vivir, porque, como decía el gran poeta argentino Leopoldo Marechal, “si no ríes en las causas, llorarás en los efectos”; en rigor, puesta la causa, es puesto el efecto; removida la causa, se remueve el efecto. Reír en las causas es enfrentar las razones que fundamentan nuestros actos, para poder luego templada y armónicamente saber enfrentar las consecuencias que de ellas deriven, a sabiendas de que incluso las más nobles intenciones, están sujetas a los avatares de la vida.

Primero filosofar, luego vivir. He allí un antiguo plan de acción, más moderno que nunca.

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