Ocaso

Cómo elaborar los duelos. Aceptar la vida

Hace días que Manel Okey me pedía un artículo sobre cómo elaborar los duelos. No dejaba de pensar en cómo yo, que soy una amante a ultranza de la vida, puedo ni tan siquiera atreverme a pensarme como divulgadora del abrazo amoroso del momento de la muerte.

Hablar de duelo es hablar de cómo abrazar, elaborar, procesar, el inmenso dolor que siento cuando, apegada a esta forma humana, debo aceptar mi carácter transitorio, mi cualidad efímera, mi devenir incierto en tiempo, en esta vida que ahora habito. Y por tanto también el tuyo y el de la humanidad entera, de la tierra, e incluso de todo este universo. Así que no lo haré. Porque siempre he sido bastante rebelde y me debo a mi propia leyenda.

Hablaré de vida, de aceptar la vida.

La vida sí la conozco un poco y la vida tienen una naturaleza que resuena conmigo, porque estoy viva. Y cuando miro la vida veo tanta belleza. Aceptar la vida es recordarme que cuando miro la vida, tú, y yo, y todas las personas que me rodean y las que nos acompañamos en este momento de la historia de la Tierra tenemos mucho que agradecer. Yo por ejemplo agradezco enormemente que el sol haya salido hoy a su hora, ni qué decir que agradezco que haya salido, porque si algún día decidira no salir… Pero además de salir lo ha hecho a su hora, ni un instante antes ni un instante después, y eso me parece de una belleza que no puedo llegar a describir con palabras.

También agradezco haberme despertado esta mañana.

Duermo en la misma cama con un bebé de 14 meses que no ha perdonado ninguna toma de pecho esta noche, aproximadamente cada tres horas, puntual, como el sol, a su hora. Él también se ha despertado esta mañana. ¡Qué honrada me siento por ello! Eso para mí, es aceptar la vida.

Hoy he desayunado en el patio. Una preciosa mariposa parda revoloteaba entre las plantas. Mi mirada la ha seguido hasta que se ha metido dentro de un cedazo grande de albañil, que reposaba contra la tapia. Un rato después, la mariposa seguía allí dentro. Tenía al bebé en los brazos y me debatía entre el impulso de ir a ayudarla, mover el cedazo, para que pudiera salir, o seguir observando, y permitir que lo que tuviera que suceder, sucediera. 

Al cabo de unos minutos más, el bebé me ha pedido bajar a jugar, y cuando se ha alejado de mí, correteando, he decidido liberar a la mariposa. Me he levantado de la silla y me he acercado a la tapia, y cuando he cogido el cedazo la mariposa ya no estaba allí. Aceptar la vida me lleva a aceptar que la vida me sostiene a mi, y a ti, y a todas las formas de vida, más allá de mi voluntad o deseo.

Una de las mujeres con las que convivo siempre se rodea de mariposas. Tiene su habitación llena de mariposas de todos los colores y tamaños. Mariposas hechas con un sinfín de materiales, colgadas, pegadas, dibujadas,… Hace años escribió un libro y en la portada hay un montón de mariposas que cada cual puede pintar a su antojo. Dice que cuando ve una mariposa es porque su mamá se quiere comunicar con ella desde donde quiera que ahora esté. 

Hoy la mariposa parda ha llamado mi atención para luego desaparecer de mi vida. Aceptar la vida, en un incesante devenir de bienvenidas y despedidas. La mariposa, mi compañera de casa, yo, mi bebé, todas las manifestaciones de lo aquí llamamos vida acontencen entre una inspiración, y una expiración. La vida contenida en una respiración completa. 

Siempre me han dicho que me gusta salirme de las normas. Yo no me siento especialmente rebelde, pero cuando llego a un lugar nuevo lo que siempre hago primero, es recorrer su perímetro. Reviso los límites para saberme libre dentro de un lugar limitado. Así, valoro mejor qué significado tiene la palabra libertad, para quien vive dentro. Y a veces decido cruzar al otro lado, sabiendo que habrá quién sufra, quién desee que vuelva, que no lo haga, quien sienta temor.

Aceptar la vida es aceptar el sufrimiento.

Cuando lo hago, sé que me expongo al peligro que conlleva estar más allá, fuera de la zona presuntamente conocida y controlada. Debo decir que, tras años de experiencia, tengo claro, que cuando sentimos que queremos salir de un lugar, los peligros nos acechan más dentro que fuera del perímetro.

Gran Muralla China

Al fin y al cabo… El mapa no es el territorio.

Así pues, para elaborar los duelos seguiré celebrando la vida en todas sus formas. Tanto aquellas que puedo tocar, abrazar, observar, amamantar, escuchar, leer, … Como aquellas que ya no puedo más que recordarlas dentro de mí. 

Me permitiré echar de menos, romperme y llorar.

Si así lo siento, haré un altar, con velas y flores. Bailaré y cantaré. Quizá me sienta observada y comparta en voz alta mi sentir a ratos. Y todo estará bien.

También me abrazaré por todo lo que dolió. Lo que no pude evitar que sucediera, lo que me faltó por decir, y lo que sí hice, y ahora no haría. También podré extrañar todos los bellos momentos que compartimos, los besos y los abrazos, las risas y las carícias.

Gracias a todo ello, me sabré elaborando los duelos, y cuidando la vida. Más allá del tiempo, más allá de la forma, más allá de los límites de este mundo. 

Y también observaré las señales, porque igual que mi compañera con su mamá y las mariposas, sé que el amor no entiende de fronteras. Y que la vida, siempre se abre camino.

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